Un ciclo sin fin es el que ella está
viviendo, atormentada y aterrada, intenta no ver a aquellos hombres, intenta no
pensar en la relación que ellos puedan tener, quiere escapar y al mismo tiempo
le quiere hablar… termina la canción y se ve interrumpida por el Rey…
–A llegado la hora de bailar –dice éste
haciendo una señal a la ninfa de que puede descansar.
La música comienza en los bellos instrumentos
de los músicos de la corte, cada caballero invita a cada doncella a bailar,
cada doncella, cada princesa, condesa o duquesa, espera ser la elegida del
Príncipe como su compañera de baile…
Ella que tímida es, espera ser invitada por
aquel al que vino a buscar y se pregunta si el desea hacerlo, mira en dirección
hacia él pero no deja de sentirse incomoda por aquel otro hombre que silencioso
la vigila, solo espera que éste no sea quien quiera bailar con ella…
Sus pensamientos se ven interrumpidos por una
agradable voz masculina, es el Príncipe quien amablemente le pide que bailen,
ella casi sin palabras acepta y comienzan a bailar, todos están sorprendidos,
aquella chica no solo es una excelente cantante, también es una exquisita
bailarina. La reina sin duda piensa que hizo una gran elección y cree que las
sospechas de Mérida pueden ser ciertas, Mérida está orgullosa de su amiga, el
Rey se ve seducido por aquella mujer que no tiene la mínima intención de
hacerlo, y el resto de las doncellas parece odiar a aquella hermosa mujer que
sin intentarlo ha conseguido ser la elegida del Príncipe.
Aquel caballero a quien ella vino a buscar se
levanta y pide a otra doncella bailar, ella lo mira desconcertada, pero ¿Qué
puede pensar en una situación así alguien que viene del bosque y no comprende
las relaciones humanas? en fin se limita a tratar de disfrutar la compañía de
su alteza real el Príncipe.
El otro caballero, el que parece vigilarla,
se encuentra sentado cerca de la mesa real, la observa, la sigue con la mirada
allá donde ella danza, no parece parpadear y no parece querer perderse un solo
detalle de lo que hace aquella chica, asustada tropieza y se ve recobrada con
la dulce y gallarda voz de su compañero.
– ¿Está todo en orden mi lady? –pregunta un
tanto desconcertado el Príncipe.
–Sí, –contesta la damisela –es solo que me
siento un tanto abrumada–.
–Y… ¿Se puede saber por qué? –volvió a
preguntar el varonil caballero.
–Es solo que no entiendo como alguien como
usted puede invitarme a bailar, siendo yo una plebeya –se apresuró a contestar
la ninfa.
–Yo no estaría tan seguro –dijo aquel hombre –he
oído que no tienes muchos recuerdos desde el accidente en el barco en que venias
bordo, además independientemente de ello yo solo quiero evitar bailar con las
otras chicas, no pretendo conquistarte.
–Y, ¿Por qué las evita?
–Bueno, mis padres esperan que consiga esposa
en esto días y la verdad no tengo intensiones de hacerlo, esa es la razón por
la que todas ellas viene a este palacio, tú te has presentado como una plebeya
y no hay manera de que entre tú y yo haya algo, además aunque fueras de la
realeza solo me interesarías como una amiga y no como algo más.
–Entonces ¿Yo soy como su señuelo?
–Algo parecido… pero basta de hablarme de
usted, sé que soy de una clase distinta a la tuya, o al menos eso parece pero
no eres tan joven y yo no soy tan viejo como para que tengas ese tipo de
formalidades conmigo, si vamos a vivir en el mismo palacio y vamos a ser buenos
amigos… creo que debemos tenernos un poco más de confianza no te parece
–Tal vez…
–Ahora porque no salimos de aquí y vamos a
charlar un poco al jardín, debe ser sofocante para alguien que ha cantado casi
toda la noche seguir aquí.
Y diciendo esto salieron los dos del enorme
salón de baile donde estaban las mujeres celosas y los dos caballeros que la
intrigaban.
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